Noveno rector: Alfonso Castellanos Idiáquez
1973 – 1982
Destacado abogado, hombre de temple, íntegro en sus convicciones, firme, impertérrito, nunca objeto de manipulaciones ni dispuesto a sacrificar su independencia, Alfonso Castellanos Idiáquez dedicó su vida al litigio, la docencia y a esa institución que quiso y respetó siempre, la Universidad de Sonora.
Nació en junio de 1903 en la ciudad de Oaxaca, Oaxaca. Sus padres fueron Antonio Castellanos y Julia Idiáquez. Por circunstancias de la vida, tanto a él como a su única hermana, Elvira, los crio y formó únicamente doña Julia. Los recuerdos más vivos y agradables de su infancia tienen que ver con El Palomar, nombre con el que se conocía a la casa que habitaban él, su hermana y su madre, la cual contaba con un patio tan grande que en él se establecían por temporadas pequeños circos, lo que para los hermanos Castellanos era motivo de regocijo y entretenimiento. Al costado de la barda que delimitaba el perímetro del terreno, había unos pequeños cuartos a los que les llamaban cocinas, aunque no lo eran propiamente, sino más bien habitaciones en las que se hospedaban los indios de los alrededores cuando iban a la ciudad de Oaxaca a participar en los tradicionales tianguis. Llegaban con burros y otros animales y pesadas cargas de carbón. Doña Julia les rentaba esas habitaciones, con lo que se ayudaba para mantener la casa. Pero el hogar era también el albergue de una pequeña escuela particular en donde ella, que era maestra, daba clases a niños de primaria. Es muy probable que el pequeño Alfonso se inspirara en esa vocación de su madre para inclinarse después por la docencia. De ella recibió una educación muy estricta, a la usanza de aquella época. Mujer exigente y “de armas tomar”, tuvo el temple para sacar adelante a sus hijos en una época en que no era fácil la vida para una mujer sola.
De El Palomar ya no queda nada, pero el barrio en donde estuvo ubicada la casa se conoce con ese nombre, en recuerdo de aquel domicilio memorable.
Durante su adolescencia el joven Alfonso combinó sus estudios con algunos trabajos, entre ellos el de orfebre. Aprendió a trabajar el oro de una manera muy fina. Posteriormente entró a trabajar en una carpintería. Su madre quería que aprendiera el oficio para que la apoyara económicamente, pero su nuevo patrón, en lugar de iniciarlo en la actividad, lo puso a cargar pesados tablones sobre la espalda y después de ver su cuerpo todo ampollado doña Julia le dijo: “Yo no te quiero de cargador, es preferible que sigas estudiando”, y entró a la preparatoria. En aquella época se calificaba con letras. La nota máxima era MB, que correspondía a 100. Para obtener esa calificación era necesario contar con una votación unánime de tres sinodales. La prueba se volvía todavía más difícil pues los exámenes eran orales, pero gracias a su inteligencia, esfuerzo y deseos de superación Alfonso Castellanos obtenía siempre, según se puede ver en sus documentos escolares oficiales, la calificación de MB en sus promedios finales.
Él quería estudiar la carrera de Medicina pero las circunstancias lo indujeron a estudiar la de Derecho. La cursó en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, en donde muchas décadas atrás había estudiado don Benito Juárez. El instituto se convertiría después en la Universidad de Oaxaca. En ese tiempo el edificio se encontraba en el centro de la ciudad, cerca de la catedral, la plaza y el palacio de gobierno. Combinaba sus actividades como estudiante con el ejercicio de la docencia impartiendo clases en una secundaria, y además daba clases particulares de francés, idioma que dominaba además del inglés. Fue un alumno muy aventajado. Ahora, cuando sus hijos visitan la ciudad de Oaxaca y la gente se da cuenta que son hijos de don Alfonso, los felicitan, les expresan su admiración por él y les platican de la huella tan grande que dejó en su ciudad natal por su brillantez e inteligencia.
Fue precisamente de una de las alumnas de sus cursos de francés de quien se enamoró y con quien contrajo matrimonio. Era la señorita Mercedes Jiménez Capry, con quien formaría una familia.
Cuando recién egresó de la Universidad comenzó a colaborar en el despacho de uno de sus maestros de la escuela, pero no conforme con el incierto porvenir que veía en Oaxaca se dispuso a buscar otras posibilidades de empleo. Fue entonces cuando se comunicó con él un ex compañero de la carrera, el Lic. Eleazar González, quien estaba trabajando en el primer Juzgado de Distrito que se abrió en Sonora, ubicado en la ciudad de Nogales. Era el año de 1933. Su amigo lo invitó a que se trasladara a Sonora pues había una vacante. Él, de espíritu inquieto, le dijo a su esposa que arreglara todas las cosas para emprender el viaje, y así lo hicieron. Su puesto fue el de Actuario de Juzgado de Distrito. Ahí laboró por algunos años. En Nogales nacieron sus hijos: Miguel Ángel, Arcelia, Alfonso y Susana.
En 1941 la familia se trasladó a Hermosillo en donde don Alfonso instaló su despacho. En aquellos años había muy pocos abogados. Fueron años de mucho trabajo y de una vida muy modesta. Su hijo mayor recuerda que su padre tenía un carrito al que le decían “el cuatro vientos” porque “le entraba aire por todos lados”. Vivían en la calle Dr. Aguilar, que entonces no estaba pavimentada, y ahí mismo tenía su oficina.
Maestro fundador de la Universidad de Sonora, no imaginaba en 1942, cuando junto con otras personalidades presenciaba la ceremonia de colocación de la primera piedra de la Alma Mater, que 30 años después él sería el rector de la institución. Comenzó dando clases en la secundaria y en la preparatoria. Además de las materias relacionadas con su profesión impartía, entre otras, las materias de Contabilidad, Matemáticas, Física y Cosmografía, lo que habla de su versatilidad en el terreno del conocimiento. Todas las noches salía con un telescopio que tenía la Universidad para ver la aurora celeste. Le apasionaba esa actividad, lo cual se reflejaba en sus clases, según lo atestiguan quienes fueron sus alumnos. Años después se convirtió en uno de los maestros fundadores de la Escuela de Derecho, de la que posteriormente sería director.
“Llegó a la Rectoría sin buscarla”, dice su hijo mayor, licenciado Miguel Ángel Castellanos Jiménez. Él estaba en su despacho y llegaron a buscarlo Alán Sotelo y Óscar Téllez, líderes estudiantiles en ese tiempo, y le propusieron que contendiera por la rectoría. Era un hombre que conocía la Universidad, que había sido testigo de su fundación y había impartido clases en la mayor parte de las escuelas que se iban abriendo, de modo que estaba muy arraigado a ella. Tras la renuncia del Dr. Federico Sotelo en 1973, ingresa como rector provisional. Después es formalmente electo para permanecer al frente de la administración por dos períodos más, hasta el año de 1982.
Al año siguiente de asumir la rectoría se dio a conocer el documento «Reestructuración Integral de la Educación Profesional de la Universidad de Sonora», con el cual se delineó la política universitaria de los años posteriores. En 1976 inició la era del sindicalismo universitario con la obtención del registro, en junio de ese año, del Sindicato de Trabajadores y Empleados de la Universidad de Sonora, STEUS. En septiembre de 1978 se diseñó el «Modelo de Departamentalización de la Universidad de Sonora», con el que se crearon los departamentos de Químico-Biológicas, Económico Administrativas, Ciencias e Ingenierías, y Ciencias Sociales y Humanidades.
Época de cruentos movimientos políticos en el interior de la Universidad, de constantes enfrentamientos entre grupos que defendían diferentes ideologías y tendencias, cuyas manifestaciones desencadenaban con frecuencia actos de violencia física, al rector Castellanos le tocó enfrentar una etapa muy difícil en la vida de la institución. Sobre quienes abanderaban el comunismo como arma de lucha, pensaba que su movimiento no era sincero. “Esa doctrina económica, política o social -decía- es una doctrina de ángeles, no de seres humanos, es tan bella que no es aplicable en la tierra”. El haber sido radical en esa posición fue una de las razones por las que se agenció un sinnúmero de problemas y de no menos enemigos. Durante su período como rector recibió muchas veces amenazas y presiones para que presentara su renuncia, pero él se resistía porque no podía permitir que su salida de la Universidad fuera en esas circunstancias. Una de las presiones más fuertes provino del gobernador Alejandro Carrillo Marcar.
En el terreno profesional era un abogado muy peleador, no tenía miedo ni se doblegaba ante influencias o recomendaciones que pudieran hacérsele en cualquiera de sus desempeños. Para él la legalidad estaba antes que nada.
Tenía una gran biblioteca, una de las más grandes en materia legislativa en el estado, en la que había libros muy valiosos y colecciones muy selectas y difíciles de conseguir. Leía mucho sobre Derecho, pero también le gustaban enormemente los libros de política. Era asiduo lector de periódicos y de revistas como Hoy, Siempre y Etcétera. Incrementó su acervo bibliográfico cuando compró la biblioteca del licenciado Rafael Navarrete (quien era también de Oaxaca) a su viuda. Otro oaxaqueño de quien fue muy amigo y con quien compartió muchos intereses fue el Lic. Norberto Aguirre Palancares, quien además fue padrino de bodas de su hijo Miguel Ángel.
Le gustaba mucho la música clásica. Tenía una colección muy grande de sinfonías y óperas. Podía pasarse varias horas escuchando sus discos y solía aprenderse las melodías de memoria. Tenía un compadre oaxaqueño, Manuel Méndez Ramos, a quien también le gustaba mucho la música y quien ejecutaba el violín. Con él compartió mucho tiempo su afición musical. En esa época llegó a Hermosillo la maestra Emiliana de Zubeldía, y él y don Manuel hicieron una gran amistad con ella. Sus hijos, Miguel Ángel y Arcelia, tomaban clases particulares de piano con la maestra, pero en realidad el que aprendió a tocar fue él.
No fue muy aficionado al deporte. Era muy crítico de las corridas de toros y del box. De las primeras decía que constituían “el teatro de la inteligencia contra la bestia”, y del box opinaba que quienes lo practicaban eran “unos brutos destrozándose”.
Para quien fue su colaborador y amigo, el licenciado Miguel Ríos Aguilera, el Lic. Castellanos fue un hombre muy recto y cumplido en todos los aspectos. En su actividad docente era muy disciplinado, nunca faltaba a clase, siempre trataba de ser muy puntual y terminar sus programas cabalmente. Como abogado litigante se distinguió porque era muy honesto y llevaba los juicios hasta el final, de tal manera que nunca abandonaba a sus clientes. Como rector fue inflexible en su postura de ceñirse siempre a las leyes. Uno de sus principales valores fue la integridad, en el sentido de que seguía con el ejemplo lo que pensaba. “Es el ejemplo el que estimula y convence”, decía. Recuerda el Lic. Ríos Aguilera que don José Alberto Healy Noriega, propietario y director por muchos años del periódico El Imparcial, cuando se refería al Lic. Castellanos le decía “Gibraltar Castellanos”, para con ello destacar su reciedumbre, resistencia y fortaleza ante los ataques de sus enemigos.
Como padre fue un gran ejemplo para sus cuatro descendientes, quienes admiraron su disciplina, su rectitud y su autoridad. Era serio pero afectuoso con ellos. Los reprendía pero nunca los educó con golpes. Fue un hombre honesto, “derecho” e invulnerable a todo aquello que fuera en contra de sus principios. Nunca sucumbió a favores o beneficios que después pudieran redundar en la pérdida de su independencia.
En la ceremonia luctuosa que se le ofreció en la Universidad de Sonora, en la escalinata del edificio principal, el Lic. Miguel Ríos Aguilera dirigió las siguientes palabras: “Como ciudadano, ejemplar; como padre de familia, ejemplar; como abogado litigante, ejemplar; como maestro universitario, ejemplar; como rector de la Universidad de Sonora, ejemplar. De él puede decirse el verso inmortal de nuestro poeta Manuel Acuña: Hasta el último momento brilló la honradez sobre sus bienes”.
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El periodista Carlos Moncada menciona en el Tomo III de la Historia general de la Universidad de Sonora que Alfonso Castellanos “cuando se convirtió en Rector llevaba 31 años estrechamente unido a la vida universitaria. A lo largo de veinte años había sido miembro del Consejo Universitario, con algún breve paréntesis, gracias al largo tiempo que fue director de la Escuela de Derecho, de la que también fue fundador. Había conocido de cerca la actuación de cuatro rectores y participado en el análisis y discusión de diversos problemas ventilados en el Consejo.
“No era un maestro especialmente brillante ni poseía grados o estudios más allá de la licenciatura. Era ajeno al pensamiento abstracto. Como catedrático de Derecho Civil dejaba al margen la teoría y se apoyaba en el texto, y sobre todo, en los códigos cuyos artículos hacía repasar una y otra vez a los jóvenes. Debía su permanencia en la Universidad a su disciplina personal y profesional: era puntual, no faltaba jamás y atendía a conciencia sus deberes. En el curso de los años siguientes probó, además, que era astuto y obstinado.
De los 9 años que duró en la Rectoría, varios de ellos los despachó en una oficina rentada, fuera de la Universidad.
Resulta memorable el episodio del plebiscito que se realizó por las escuelas los días 13, 14 y 15 de junio de 1978 en el Auditorio Cívico del Estado, para conocer la aceptación del licenciado Castellanos entre la comunidad universitaria.
De acuerdo con listas proporcionadas por la Dirección General de Servicios Escolares en copias certificadas por la notaria pública Gloria Gertrudis Tapia Quijada. Cada estudiante recibió una boleta que decía:
“Desconozco al Sr. Lic. Alfonso Castellanos I. como rector de la Universidad de Sonora, al Consejo universitario por considerarlo sin representatividad y, en consecuencia, desconozco las decisiones que tomen estas autoridades.
SÍ LOS DESCONOZCO NO LOS DESCONOZCO”
Votaron 3,863 alumnos (más de la mitad de los inscritos) con los siguientes resultados:
3,818 en contra de las autoridades; 45 a favor de las autoridades.
El resultado fue desconocido por el Consejo Universitario aún antes de que se realizara, porque este instrumento no estaba previsto en la Ley Orgánica; sin embargo, mostró de hecho la opinión mayoritaria de los estudiantes.
Alfonso Castellanos Idiáquez falleció en Hermosillo el día 27 de mayo de 1989.
Principales avances de la Universidad de Sonora durante el rectorado de Alfonso Castellanos Idiáquez
Se creó la Comisión de Planeación y Desarrollo.
Se creó en 1975 un Centro Didáctico con la finalidad de desarrollar programas de actualización pedagógica para el personal docente.
La Escuela Preparatoria Central se separó del campus universitario para posteriormente transformarse en el Sistema Estatal del Colegio de Bachilleres.
En junio de 1976 obtuvo su registro el Sindicato de Trabajadores y Empleados de la Universidad de Sonora (STEUS), y en diciembre de 1976 se formó el Sindicato de Trabajadores Académicos de la Universidad de Sonora (STAUS).
En septiembre de 1978 se diseñó el Modelo de Departamentalización de la Universidad de Sonora.
En el período se crearon las carreras de: Geología y Minas; Lingüística, Sociología y Administración Pública, y Psicología y Ciencias de la Comunicación.
En 1978 inició la Maestría en Administración.
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Fuente:
• Guadalupe Beatriz Aldaco. Nuestros rectores. Edición conmemorativa del 61 Aniversario de la Universidad de Sonora.
• Carlos Moncada Ochoa. Historia General de la Universidad de Sonora. Tomo III.
Obra plástica: Enrique Rodríguez