Jorge Luis Ibarra Mendívil, 1993 – 2001

Décimo tercer rector: Jorge Luis Ibarra Mendívil
1993 – 2001

En 1950 Etchojoa, Sonora, era un pueblo rural con muy pocos servicios, sin luz eléctrica y un sistema poco eficiente de agua potable. Como en muchos poblados del estado las condiciones de vida eran muy precarias. Había que desarrollar una fuerte capacidad de adaptación al medio ambiente para sobrevivir. En esa población, el 1 de enero de 1953, nació Jorge Luis Ibarra Mendívil. Sus padres, Baltazar Raúl Ibarra Obregón y María Asunción Mendívil Amarillas, procrearon además a Marina, Ramón y Mario. La coincidencia de su nacimiento con el inicio del año propició que la gente lo llamara cariñosamente “el Año Nuevo”.

Los padres de María Asunción Mendívil Amarillas, quien nació en Etchojoa, eran originarios de Álamos. Como muchas otras familias, emigraron de esa ciudad a los valles agrícolas por la crisis de la minería de fines del siglo XIX y principios del XX. El abuelo, Francisco Mendívil Valenzuela, se asentó en Etchojoa y se convirtió en propietario de algunas tierras. Llegó a ser presidente municipal del pueblo. Baltazar Raúl Ibarra Obregón provenía de una familia de muchos recursos. El abuelo de éste, Clemente Ibarra, de origen español, se estableció en el Distrito de Álamos en un rancho y mineral denominado “Las Rastras”, al pie de la sierra de Los Frailes. Adquirió una gran cantidad de tierras y propiedades. Uno de sus hijos, Baltazar Ibarra Espinoza, abuelo de Jorge Luis, se asentó en Huatabampo y se casó con Eva Obregón Hill, sobrina de dos personajes de gran trascendencia en la historia de Sonora y del país, los generales Álvaro Obregón y Benjamín Hill. Entre otros hijos procrearon a Baltazar Raúl Ibarra Obregón. Lamentablemente, el niño quedó huérfano de madre cuando era muy pequeño, lo cual provocó que su padre lo enviara como interno a escuelas de Hermosillo y Estados Unidos. Cuando regresó a Sonora se dedicó a actividades muy diversas como la agricultura, el comercio y la ganadería.

En la población de Etchojoa, cuya actividad económica fundamental era la agricultura, se vivía muy libremente, con mucha confianza e integración entre los miembros de la comunidad. Un rasgo característico era la presencia de la etnia mayo, lo que otorgaba a la población un ambiente pluricultural. Mestizos y mayos se relacionaban e involucraban de una manera natural. Los niños crecían muy influidos por las tradiciones de la etnia. Algunos estudiantes de origen mayo acudían a la escuela primaria con enormes sacrificios, no hablaban bien el español o “la Castilla” y tenían que caminar varios kilómetros para llegar a su destino. Determinadas festividades del pueblo tenían mucho que ver con ese grupo, sobre todo las de Cuaresma “Uno de los más grandes atractivos e ilusiones en los primeros años de mi vida era esperar que llegara la Cuaresma para poder descubrir las mejores máscaras de los fariseos, las cuales eran bellas y de una excelente calidad, y escuchar el sonido del tambor mejor templado. Era un verdadero gozo para los niños estar presentes todos los Viernes en las peregrinaciones, llamadas “conti”, jugar con los fariseos, seguir todos los rituales y pasos del calvario y esperar el sábado de gloria para el queme de máscaras. Nosotros mismos fabricábamos máscaras de papel y cartulina y las pintábamos. Las danzas del venado, matachín y del pascola también nos provocaban un gran deslumbramiento”, recuerda Ibarra. Cerca de la casa de la familia estaba el “ramadón”, en donde se danzaba y se celebraban diversas festividades en Año Nuevo y en el mes de Espíritu Santo.

La vida campestre proporcionaba muchas posibilidades a los niños, quienes se divertían recogiendo, a veces a hurtadillas, guayabas, sandías, melones y yoyomos, un tipo de ciruela, en las zonas aledañas al río Mayo, en donde acostumbraban bañarse y aprendían a nadar. También lo hacían en los canales y en las llamadas “pilas”, establecidas junto a pozos de bombeo. En una población que no contó con televisión sino hasta mediados de la década de los sesenta, la vida infantil se desarrollaba casi totalmente al aire libre y en una intensa comunicación e interacción entre niños y adultos. Jugar al balero, al trompo y al “tacón”, entre otros juegos infantiles, era cosa de todos los días.

Uno de los recuerdos más hermosos que ha quedado en su memoria auditiva es el pitido del tren durante las mañanas y las tardes. Por el pueblo pasaba un ramal del ferrocarril Navojoa-Huatabampo, que fue lo que quedó del viejo proyecto de Álvaro Obregón de llevar ese medio de transporte hasta el puerto de Yavaros, el cual nunca se concretó. En ocasiones algunos vagones se estacionaban y los niños se subían a jugar en ellos. Un juego muy frecuente era colocar clavos o monedas en la vía para que al paso de los trenes quedaran totalmente aplastados.

Otras imágenes de su infancia tienen que ver con la llegada de los braceros en el verano; los episodios de la pizca de algodón; la presencia de los “húngaros” que llevaban cine a la población, y la aparición casi mágica, cada tanto tiempo, de personajes curiosos que la hacían de magos y que provocaban gran expectación por las hazañas que realizaban, como acostarse sobre vidrios o introducirse agujas en el cuerpo. Ocasionalmente pasaba por las calles del pueblo algún carro de propaganda vendiendo diversos productos, como remedios para reducir dolores y otros males.

En aquella época no había preescolar en Etchojoa, por lo que el pequeño Jorge Luis, como la mayoría de los niños del pueblo, entró a la escuela primaria a la corta edad de cinco años. Desde entonces mantenía un estrecho acercamiento con su padre, don Baltazar, quien le enseñó a trabajar y lo inició en diversas actividades y oficios. En una época estuvo en auge la explotación de la rana en los canales de riego de la región. El solía acompañar por las tardes a su papá a trasladar ahí a los “raneros”, pues la recolección de los animales se hacía por la noche; después regresaban a recogerlos como a las 2 o 3 de la mañana. También se dedicaban a la venta de tomate, que distribuían por las poblaciones cercanas. Desde los diez años empezó a trabajar de una manera más formal, y a partir de entonces realizó muy diversas actividades: recolectó algodón, plantó tomate y chile, cargó cajas, sirvió de dependiente en tiendas, distribuyó en los abarrotes de la región los productos que se expendían en algunos comercios del lugar, y vendió paletas empujando un carro por las calles del pueblo. Todo eso fue muy importante para su formación. La cercanía con su padre le dio la posibilidad de conocerlo de una manera más íntima: aprendió a distinguir sus momentos de alegría y de pena, sufría cuando él sufría o tenía algún problema, y le causaba dolor su ausencia cuando se veía obligado a separarse de él por algún motivo.

Don Baltazar, aunque era un hombre muy poco expresivo, de una dureza propia de los hombres de aquel tiempo, mantuvo con sus hijos una relación estrecha, siempre atento a ellos, a su alimentación, a su educación y a todas sus necesidades. Era muy orgulloso, en el sentido de que no se dejaba humillar ni presionar por nadie; apelaba mucho a la libertad de su propio pensamiento, convicciones e ideas, lo que le hizo ser siempre una persona muy libre, a pesar de las dificultades que eso le traía a veces en su relación con la gente. “De mi padre yo recuerdo la transmisión de valores como la honestidad, la sinceridad y la responsabilidad”, dice.

En el caso de su madre, para él son inolvidables tres momentos: uno, cuando en la tarde, temprano, ella le servía un plato de frijoles en agua y sal, aderezados con queso y acompañados de una tortilla de harina de trigo recién hecha; otro, él, en la cocina, viendo cómo su madre preparaba unas sabrosas tortillas de maíz y les daba forma de animalitos para agradar a su pequeño hijo; y, finalmente, la imagen de su mamá frente a la máquina de coser, confeccionando ropa o tal vez alguna mochila en donde sus hijos guardarían los libros y cuadernos de la escuela, y él, a su lado, sentado en el piso, entretenido con algún juguete.

Con alegría y nostalgia recuerda que el hecho de ser el hermano menor le daba ciertas ventajas, como ser el más cuidado, protegido y mimado, pero también algunas desventajas como ser víctima de las alianzas de los mayores quienes lo hacían enojar y se reían de sus corajes.

Un suceso muy doloroso marcó su infancia pues doña María Asunción falleció cuando él tenía siete años de edad, con lo que se repetía de alguna manera la historia de su padre. La hija mayor, Marina, que entonces tenía trece años, se convirtió en la madre de sus tres hermanos, sobre todo del más pequeño. Ella les prodigaba todas las atenciones, los atendía, les cocinaba, se encargaba de que tuvieran ropa limpia y bien planchada. “Siempre se dedicó a nosotros. Desde entonces es mi reina, mi heroína”, dice con orgullo y agradecimiento, y así crecieron los hermanos, cuidándose y protegiéndose unos a otros por la situación de vulnerabilidad en la que se encontraban. Salieron adelante gracias a su propio esfuerzo, porque realmente no tenían a la mano muchos apoyos. “Nos tuvimos que unir mucho, siempre caminamos juntos, nos dimos la mano unos a otros, y así como mi hermana Marina me ayudó, siempre recibí la ayuda de mis hermanos Ramón y Mario”.

La vida le seguiría deparando experiencias difíciles, pues a la edad de catorce años, cuando estaba por terminar la secundaria, murió su padre. Años después, cuando radicaba en la ciudad de México, fallecería su hermano Ramón, lo que fue un golpe muy duro para la familia. Ese suceso determinaría su regreso a Sonora.

Durante su infancia y adolescencia se definió un rasgo muy particular de su personalidad: le gustaba convivir con la gente adulta, acercarse a sus pláticas y escuchar sus historias y consejos. “Entonces yo tenía grandes amigos que eran adultos, por ejemplo don Jorge Clark, que me hablaba de los orígenes de Etchojoa y sus peripecias cuando vivió en Estados Unidos. También escuchaba mucho las pláticas de mi tío Sabás Mendívil, hermano de mi madre, quien fue para mí otra figura paterna. En las tertulias se daban discusiones muy interesantes entre ellos, pues mi padre era pro yanqui y mi tío Sabás pro ruso”. Mientras su tío Sabás era asiduo radioescucha de Radio Habana (que sintonizaba en un radio de onda corta), a través de la cual estaba muy familiarizado con lo que sucedía en el campo socialista, su padre evidenciaba en sus pláticas la influencia norteamericana producto de sus vivencias en el país vecino. Recuerda también que en la carpintería de don Genaro Acosta se reunían “Los Pepinos”, como les llamaban a los miembros del Partido Popular Socialista, los hombres de izquierda del pueblo. En esas pláticas escuchó hablar de Jacinto López y de Vicente Lombardo Toledano, entre otros líderes de esa tendencia. Vienen a su memoria también las pláticas con sus tías Julieta y Eva, hermanas de su padre. Con esta última mantuvo siempre, hasta su muerte, una relación especial y de gran cariño.

Posteriormente, ya en la edad adulta, la relación amistosa y de confianza con don Armando Hopkins Durazo lo marcó considerablemente y le sirvió de apoyo y de consejo durante su etapa de rector en El Colegio de Sonora y en la Universidad de Sonora.

Cuando llegó el momento de estudiar la preparatoria se inscribió en la unidad de la Universidad de Sonora ubicada en Navojoa. No existían las condiciones para pagarle una casa de asistencia, por lo que iba y venía diariamente, mañana y tarde, del pueblo a la ciudad. Había que levantarse muy temprano y esperar un autobús que salía de Huatabampo e iba recogiendo a los estudiantes de las poblaciones cercanas. A veces llegaban a Navojoa con el tiempo límite para entrar a la clase, por lo que acostumbraban brincarse por las ventanas del camión para acelerar el arribo a los salones.

En la preparatoria confluía gente de las poblaciones de la región, como Navojoa, Huatabampo, Bacobampo, Álamos y Villa Juárez, con lo que a los estudiantes se les ampliaba su horizonte cultural en tanto que convivían con personas que portaban experiencias contrastantes, a pesar de la cercanía geográfica. Muchos de los profesores eran profesionistas que habían estudiado sus carreras fuera de Sonora, lo cual también enriquecía a los alumnos pues se enfrentaban a diferentes visiones del mundo a través de las lecciones de sus maestros. Además, el hecho de pertenecer a la Universidad de Sonora, una institución importante y de gran arraigo, les daba a los preparatorianos una perspectiva distinta de su rol como estudiantes y los motivaba a seguir adelante en sus estudios.

Cuando terminó la preparatoria se trasladó a Hermosillo a estudiar la carrera de Derecho. Se inclinó por ella porque pensó que era un instrumento para promover la justicia. Desde niño le tocó vivir situaciones muy severas de injusticia. Fue testigo de cómo a algunos de sus parientes, por distintas circunstancias, les embargaron bienes y propiedades. Algunos de ellos vivían sometidos a las arbitrariedades de usureros y de personas que se aprovechaban de las necesidades de los demás. De ahí que él optara por una carrera que le proporcionara los elementos legales para defender situaciones de ese tipo. Además, siempre prefirió las disciplinas humanísticas como la literatura, la historia, la filosofía y la teoría política y, entre las carreras que estaban disponibles en ese momento en la Universidad de Sonora, la de Derecho era la que más se relacionaba con esas materias.

En Hermosillo ya radicaban sus hermanos Ramón y Mario, con quienes llegó a vivir a un departamento en la zona denominada “La Tijuanita”, en el área del Jardín Juárez, el hotel Montecarlo y el bar Lourdes. La capital del estado fue para él un gran descubrimiento. Su vida cambió radicalmente. Entonces él no conocía, hacia el sur, más allá de Los Mochis, Sinaloa, y hacia el norte más allá de Ciudad Obregón. En el edificio en el que vivía pudo convivir tanto con estudiantes “estrella”, brillantes, como con los típicos vagos y flojos que lo único que hacían era merodear por el parque en busca de diversiones. Esos contrastes le ayudaron a afianzar su personalidad.

Ninguna circunstancia le hizo doblegar su dedicación al estudio y la seguridad y conciencia de lo que quería hacer: convertirse en un profesionista con futuro. El conocimiento de la ciudad fue muy formativo. Tuvo la oportunidad de familiarizarse con una gran diversidad de modos de ser, de conductas, de actitudes, de personalidades. Recuerda que él y sus hermanos se asistían en el restaurante “Nayarit”, que estaba situado contra esquina del cuartel viejo de la calle Guerrero y Sonora. Ahí convivían soldados, vendedores, profesores de primaria, estudiantes de diversos orígenes, viajeros, prostitutas y personajes típicos de la ciudad. “Entonces, sin que me involucrara estrechamente con ellos, fui observando y aprendiendo sobre la condición humana, y fue una experiencia muy formativa en el sentido de que pude conocer a todo tipo de gente, a la que fui identificando y comprendiendo. Eso me permitió ampliar mi noción sobre la naturaleza humana”.

En el ámbito universitario, el hecho de deambular por el edificio de Rectoría, por las bibliotecas, por las aulas, tener la oportunidad de estudiar con profesores de gran prestigio y experiencia y el conocer gente que venía de varias partes de la entidad y de otros estados, fueron vivencias muy importantes para él. En la Universidad construyó grandes amistades, con personas de diferente carácter, que perduran hasta la fecha.

Pero además de que comenzó a aprovechar los beneficios que le brindaba la capital del estado, el haber salido de Etchojoa fue un suceso que redobló su arraigo al pueblo y el cariño para con sus amigos de la infancia y adolescencia, con quienes ha mantenido lazos muy fuertes. Hasta la fecha se reúne con ellos dos o tres veces al año. Ahí y en Huatabampo conserva lazos familiares con su hermana Lupita, hija de su padre en segundas nupcias, y con tíos y primos de las ramas paterna y materna.

A partir del segundo año de la carrera pudo financiar sus estudios con dos becas, una de la Fundación Esposos Rodríguez y otra de la Unión Ganadera Regional de Sonora. Cuando tenía algún tipo de dificultad recurría a sus hermanos, sobre todo a Marina, quienes en todo momento le proporcionaron apoyo y solidaridad.

Casi por arribar la década de los setenta, y recién iniciada ésta, a muy poco tiempo de haber ocurrido el movimiento estudiantil del 68 en México, la vida universitaria sonorense se caracterizó por una fuerte dinámica cultural. Empezaron a visitar la Universidad personalidades como Elena Poniatowska, José Revueltas y Heberto Castillo, entre otros intelectuales del país. La institución se convirtió en el escenario central de las discusiones políticas e ideológicas. Se vivió en ella la influencia de la época y los jóvenes estudiantes se involucraron en un movimiento estudiantil, en el cual él participó como dirigente y representante de la escuela de Derecho. Surgieron los cine clubes, se intensificaron las actividades teatrales y emergió una crítica de la cultura más elaborada. Más allá de las aulas, las salas comerciales de la localidad tenían una buena oferta de películas y recuerda haber aprovechado muchas veces la “permanencia voluntaria” en los cines Reforma, Nacional y Sonora. Todo ello se conjuntó para proporcionar a los estudiantes una visión más amplia de la vida.

Durante sus estudios tuvo muy claro que no se dedicaría a ejercer la práctica tradicional del abogado, el litigio, sino que optaría por el estudio de la Ciencia Política y la vida académica. Entre los maestros que le proporcionaron importantes elementos para consolidar una sólida formación jurídica se encuentran Alán Sotelo, Óscar Téllez Ulloa, César Tapia Quijada y Francisco Acuña Griego. Ellos les permitieron, a él y a sus compañeros, ver el Derecho desde otra perspectiva y complementar la formación estrictamente jurídica con otro tipo de experiencias y lecturas. Esa formación ha sido determinante para él, ya que hasta la fecha le permite tener criterios de discernimiento bien fundamentados y una base racional, coherente y rigurosa para la organización de su pensamiento. Los juristas que nacieron de esa generación, muchos de ellos sobresalientes, tienen, dice, una visión más amplia que las rígidas del abogado tradicional.

Cuando concluyó sus estudios universitarios decidió irse a la Ciudad de México en busca de nuevas oportunidades y experiencias. Estudió algunos cursos en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y trabajó en tareas tan diversas como la coordinación de una revista, la redacción de artículos y reseñas de libros y la distribución de propaganda y carteles en las calles. Entonces se vivía en la Universidad un gran despliegue cultural. En el plano de las ideas se estaba dando un replanteamiento teórico del modelo socialista ortodoxo y una serie de cuestionamientos ideológicos de toda naturaleza. La situación crítica de Chile provocó la llegada de muchos chilenos a México y lo mismo sucedió después con Argentina. Fue un período explosivo que lo marcó definitivamente.

La estancia en la capital le permitió también acercarse a las expresiones culturales y artísticas de la ciudad y disfrutar de la oferta de cine, teatro, danza y música que en forma creciente y abundante se presentaba en el medio universitario. Ahí reforzó su gran aprecio por la cultura y el arte, que se reflejó luego en su rectorado.

Posteriormente, a mediados de 1976, regresó a Sonora, en parte para elaborar su tesis de licenciatura. Casi recién llegado comenzó a impartir una clase de Sociología Política en la escuela de Economía de la Universidad. Era la época de la expropiación agraria del Valle del Yaqui, fenómeno que le interesó, por lo que se informó más y en 1977 consiguió un trabajo en el Banco Nacional de Crédito Rural en Ciudad Obregón, en donde laboró un año y medio. Posteriormente se tituló y decidió otorgarse un regalo: un viaje a Europa. Mochila al hombro, visitó España, Francia, Suiza, Italia y Bélgica. Fue el primer gran gusto que pudo proporcionarse, por lo que disfrutó mucho la experiencia. A su regreso, decidido a buscar nuevas alternativas de formación, volvió a la Ciudad de México y se inscribió en la maestría en Ciencia Política en la UNAM, a la par que trabajaba en el departamento jurídico del DIF. Luego participó en un concurso por una plaza de maestro en la Universidad Autónoma Metropolitana y lo ganó. Era el año de 1979. Entonces la UAM era un proyecto joven. La actividad era muy fuerte y había mucho entusiasmo entre autoridades, funcionarios y profesores. Tuvo como compañeros a gente muy talentosa que lo apoyó. “Ahí comencé a adquirir una autonomía intelectual, empecé a organizar mi pensamiento en forma más elaborada, incentivé mi capacidad de investigar y escribir ensayos, artículos y ponencias, acudí a congresos nacionales e internacionales y eso me dio la oportunidad de iniciar una fructífera carrera académica”. Entre las temáticas que estudiaba se encuentran la Teoría Política, la relación entre Derecho y Estado, la regulación de la propiedad agraria, de la propiedad pública y el sistema político mexicano.

Durante su estancia en la Ciudad de México inició un noviazgo con quien sería su esposa, Mónica Galaviz Otero. Contrajeron matrimonio en agosto de 1982. Tienen tres hijos: Mónica, Jorge Baltazar y Luis Fernando. Su familia, dice, es su gran soporte espiritual y lo que le da sentido profundo y consistencia a su vida. Su esposa ha sido un gran apoyo, en lo personal y para el cumplimiento de sus metas profesionales. Además es una solidaria compañera y una gran madre de sus hijos.

Después de descartar la posibilidad de irse a Francia con una beca que le había otorgado el gobierno francés, y de declinar su decisión de estudiar el doctorado en Historia en el Colegio de México, donde había sido admitido, decidió aceptar, en octubre de 1983, una oferta de trabajo en El Colegio de Sonora para fundar la maestría en Ciencias Sociales, que fue el primer programa de posgrado en esa disciplina en el noroeste del país. En 1988 se convirtió en director académico de la institución y ese mismo año fue nombrado rector, cargo que ocupó hasta junio de 1993.

El inicio de su rectorado fue difícil pues, entre otras cosas, el Colegio estaba pasando por una complicada situación financiera. Había que hacer esfuerzos muy grandes para reestablecer la comunicación y dinámica internas y recuperar la confianza entre los miembros de la comunidad. Afortunadamente, el gobierno del estado accedió a establecer un subsidio regular para la institución, lo que contribuyó a su estabilización y consolidación. Su cargo en El Colegio de Sonora le permitió conocer a fondo la gestión y conducción de un organismo de investigación y de educación superior y adquirir la experiencia y relaciones necesarias para aspirar al puesto de rector de una institución mayor como la Universidad de Sonora.

Su reto inicial como rector de la máxima casa de estudios consistió en hacer viable una reforma que estaba en construcción a partir de la aprobación de una nueva Ley Orgánica, manteniendo la gobernabilidad interna. También había que hacer avanzar académicamente a la institución, reconstruir el tejido interno y reconciliarla con la sociedad.

Entre los proyectos y logros destaca el haber ampliado la oferta educativa, al incrementar significativamente el número de opciones con programas académicos de calidad en todos los niveles: ocho programas de licenciatura, entre los que destacan el de Medicina, Arquitectura y Artes; nueve de posgrado, entre los que sobresalen el doctorado en Física, las maestrías en Ciencias de la Ingeniería, en Innovación Educativa y en Lingüística.

Fue notable también el crecimiento de la infraestructura física de la institución. En ocho años la obra construida aumentó en forma ordenada, armoniosa y estética. Sobresale el complejo del Centro de las Artes, el Gimnasio Universitario, los complejos de Derecho y Ciencias Sociales, y de Contabilidad en la Unidad Regional Centro, y la ampliación y renovación de los campus de Navojoa y Caborca. Asimismo, se llevaron a cabo acciones para espacios descubiertos tales como estacionamientos, áreas peatonales, canchas y espacios de estudio y esparcimiento. También se destaca la adquisición, por donación, de terrenos para la Universidad en Hermosillo, Navojoa, Cd. Obregón, Magdalena y Nogales que suman 120 hectáreas.

Sin embargo, lo más importante para él fue la recuperación de la confianza de los universitarios en sí mismos y de la sociedad hacia la universidad.

Después de concluir su segundo período como rector en la Universidad, en 2001, fue nombrado secretario general de la Asociación Nacional de Universidades e Institutos de Educación Superior (ANUIES).

Jorge Luis Ibarra se considera una persona apasionada del saber y la lectura, ecuánime, sobria, analítica, no precipitada, que valora cada circunstancia antes de tomar una decisión. Busca más la armonía que el conflicto, la integración que la confrontación. Es una persona comprometida con lo que hace, responsable y dedicada, con grandes deseos de hacer cosas significativas y trascendentes. A sus hijos les inculca que cada quién es responsable de su propia vida, de su propio destino, y que las decisiones que tomen, por menores que parezcan, siempre van a tener algún impacto en su vida futura. Les ha enseñado que es importante que vayan construyendo un proyecto de vida, caracterizado por un compromiso serio con ésta y por una sólida estabilidad emocional, pues cualquier desajuste de esos elementos rompe la armonía que debe de tener todo ser humano. Les ha transmitido los valores de honestidad y congruencia, en el sentido de que sean fieles a sí mismos y de que nunca, bajo ninguna circunstancia, deben permitir ser sometidos a ningún tipo de abuso, manipulación o chantaje. Ha tratado de prepararlos para soportar las condiciones adversas, que son parte de toda trayectoria humana.

En sus momentos de trabajo escucha música barroca. Le gusta, en general, la música clásica, pero también el jazz y el rock y cantantes y músicos como Joan Manuel Serrat, Pablo Milanés, Víctor Manuel, Ana Belén, y algunos brasileños como Chico Buarque, Vinicius de Morais, Antonio Carlos Jobim, Elis Regina y María Betania. También le gustan los clásicos de la música popular mexicana, como Pedro Infante, José Alfredo Jiménez, Javier Salís, entre otros, y cantantes de boleros. Es asiduo lector de novelas, libros de historia, biografías y libros sobre política.

En unos años más le gustaría tener un año sabático para tomarse un descanso y tener tiempo para recapitular, pensar, escribir e integrar en un libro muchas de las experiencias que ha vivido. Sin embargo; admite que su propia trayectoria personal le puede deparar otros caminos.

Principales avances de la Universidad de Sonora durante el rectorado de Jorge Luis Ibarra Mendívil

  • Se elevó la oferta educativa de licenciatura y pos grado de 38 a 55 programas.
  • Se estableció el examen de ingreso como medida general para los aspirantes a todas las carreras de la Universidad.
  • Se aprobaron 11 nuevos instrumentos normativos y se estableció el examen de ingreso general para los futuros alumnos.
  • Se elevó el promedio general de los estudiantes y se redujo la reprobación.
  • La institución se posicionó entre las primeras cinco universidades públicas estatales del país, por los apoyos extraordinarios del gobierno federal en relación a programas FOMES, PROMEP y FAM.
  • Se construyeron 54,308 metros cuadrados de infraestructura, que representan más del 50 por ciento de lo construido en los primeros cincuenta años de vida de la institución. Entre las obras más sobresalientes destacan: el complejo del Centro de las Artes, el Gimnasio Universitario y los complejos de edificios para el departamento de Derecho y la división de Ciencias Sociales y para el departamento de Contabilidad en la Unidad Regional Centro. Se ampliaron y renovaron los campus de Navojoa y Caborca.


Fuente:
Guadalupe Beatriz Aldaco. Nuestro rectores. Edición conmemorativa del 61 aniversario de la Universidad de Sonora.

Obra plástica: Enrique Rodríguez